lunes, 20 de diciembre de 2010

Por mirar tele




Por Facundo Cottet


Un pie primero, después el otro. Mirada rápida a los costados; atrás el resto de la gente. Delante nada. Entonces avanza, agarra a su mujer de la muñeca con la hija en brazos, lo sigue el otro, el de 5 años.
-Ya está acá nos quedamos.

After office de retiro, corbatas desenredadas y cervezas propias de un verano porteño. El celular le está sonando. Se prende la luz del teléfono una vez, vibra y suena. La vibración hace que la cerveza, la poca que queda, se mueva dentro del vaso;  el aparato grita desesperado y nadie le presta atención. El pulso de la música aturde a las mismas palpitaciones.
Ya es de noche, entonces tiene que saber la hora, mira el teléfono  y encuentra esa llamada perdida. No sabe de dónde viene, la devuelve apretando el botón verde.
-Te estuve llamando, le dicen desde el otro lado.
-Ah eras vos…decime.
-Se complicó, se nos fue de las manos.
-¿Y el jefe lo sabe?
-Me estás jodiendo pelotudo, mirá la tele. ¿Dónde estás?
Y así fue, en búsqueda de la pantalla más cercana, esquivo a unas chicas que ya estaban paradas al lado de sus mesas, y sin nada que identificara su lugar de trabajo. Se acercó a la barra, corrió para atrás el hombro de un pibe que salía de la facultad e intentaba pasar un buen rato con su nueva compañera y miró la pantalla.

El canal de noticias fue directo, y las novedades está vez no eran las mejores.
-¿Qué es lo que quieren?, insinúa curiosear el tipo que es iluminado artificialmente con el micrófono en la mano.
-Ya saben lo que queremos.
En el despacho suena el teléfono, el contestador anuncia una llamada, le deja paso a la voz del otro lado del teléfono, porque para comunicarse con esa línea primero hay que anunciarse frente a la misma máquina, y Ferriken es lo que dice el parlante. Ferriken es el secretario, y el que tiene la noticia.

-Tenemos los fierros, acá hay pibes, están las mujeres de muchos, tenemos los palos, acá somos todos argentinos…
No todos son argentinos, pero estos tipos juegan con eso. En territorio nacional pareciera que lo que corresponde es mostrar algo que proponga argentinismo, no hay lugar para el resto. Y si lo hubiese, el mecanismo siempre lo etiqueta. Entonces somos todos argentinos y punto.
Se despliegan las banderas, aparece una de Argentina otra de Paraguay.

-El problema se da porque la inmigración es incontrolable, en este país no se sabe quién entra, quién se va. Estudian, trabajan y cuando eso no pasa, porque el mercado laboral está saturado, ocurren estas cosas. Nosotros somos víctimas, responsables en parte, sí; pero antes que nada víctimas. Los vecinos no saben qué hacer y nosotros estamos con los vecinos.
Detrás de él corre una imagen gigante, de un tipo que riega el barro con la sangre que le sale de la cabeza, la tierra está ahora ensangrentada y eso argumenta.

-¿Te parece que se nos fue la mano?, yo no sé. Ahora los quiero ver, lindo quilombo le armamos. Estamos en las fiestas, la gente se pone sensible y encima esto, todo pintaba para que cerrar de diez pero ahora, ¿ya pasaron los diez años? Pregunta sonriente y consciente de saber la respuesta, mientras el rechinar de los dientes que cada tanto aparece le juega una mala pasada.

-Está empezando lo que creíamos, acá vamos a tener que llamarlos para que se dejen de joder.
-Pero la cuestión es si se quieren dejar de joder
-Te digo que sí, de esto nos tenemos que ocupar nosotros y  bajarle el tono o se complica en serio
-Ya está complicado, mirá los diarios, prendé la tele.
-Bueno la cuestión vamos a llevarla por este lado, avísale al de medios.

-El problema de fondo acá lo tiene el ingeniero, el ingeniero que no construye, una cosa de locos. A él es claro que no le interesan en absoluto estas personas.
Es cierto, no le interesan, no las concibe en su proyecto, porque los ingenieros  proyectan lo suficiente. Tienen planes, proyectos, maquetas, ideas. Eso hace a un ingeniero y si en un plano inicial no está, difícil es poder agregarlo, eso implica mucha negociación que nadie está dispuesta a dar.

Clara está cansada, tiene los pies mojados desde la mañana, quiso taparse con unas mantas bajo la chapa contra el árbol. Mientras el marido tiraba los hilos para hacerse de su espacio, bajo la llovizna.
Cuando baja la luz y con una tormenta amagando con caer, nadie queda. Es como el dicho de que las ratas le huyen al agua. Pero Clara con sus dos hijos están ahí, como muchos otros.
No alcanzan a poder dormirse y se oye el primer grito a lo lejos
-Pará hijo de puta. Se escucha un tiro, empieza a llorar una nena que aparenta tener cinco años, los ladridos de los perros mezclados con los gritos inundan el silencio, ese que era observado o vigilado por las espesas nubes.

Clara, Luis y sus hijos casi a la rastra salen corriendo, se cruzan al hermano de Clara a los veinte metros de carrera, agarran unas piedras y las tiran para donde antes dormían. Se le suma otro tipo, un albañil al que fuerza no le faltaba. Sin preguntarse cómo tenía una bomba molotov lista.
-Estos atrevidos no van a venir a agitarla acá. Dice defensivamente y arroja la botella encendida por el aire.
Llegan las sirenas, y con un cielo tendido desde un hilo mínimo, a punto de derrumbarse sobre las cabezas, se bajan todos.
Más tiros, la familia que se separa en la corrida y se pierde. Un piedrazo desde el aire le cae a la madre, se arrodilla con la cabeza bañada de rojo, se toca la herida y una linterna la cega, en ese momento se le cierran los ojos.

Al otro día los abre y se ve en la tele. La espera del otro lado de la puerta su familia y un señor trajeado que no para de hablar por teléfono al lado de Luis. El marido está asustado y refugiado en la figura del tipo de corbata. Unos metros a la derecha en la sala de espera hay una pareja mirando el diario, pero Héctor saber quiénes son y porque están ahí; también lo sabe el que encarna el personaje del ángel trajeado. Pero prefiere seguir el juego. Él llegó primero y tiene la mano a su favor sólo por eso. No pasó lo mismo con el hermano de ella ni con la otra familia, ellos fueron de los otros y nadie se enteró de su porvenir final, sólo los que debían.

Clara y su familia terminaron en Catamarca. A la  hora de la merienda de los chicos, cuando vienen de la escuela prenden el televisor que muestra el obelisco, puerto madero y la plaza de mayo. Entonces el hijo más grande, con bigotes de leche le pregunta todos los días al padre de familia cuando van a ir, para conocer la gran capital.
        




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